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Pues el objetivo de producir bienes y servicios o de cubrir demandas insatisfechas, deja de ser la finalidad del megaproyecto, para convertirse en mero pretexto justificador del mismo, que oculta su verdadera finalidad, a saber: el latrocinio extractivo directo, en alguna de sus fases de desarrollo, asociado a la obtención de concesiones, de reclasificaciones de terrenos y/o al manejo de abultados presupuestos aportados o avalados por el Estado o sufragados por amplios colectivos de accionistas, usuarios o contribuyentes.

Cuánto más importancia cobre esta fase extractiva, mayor suele ser el fiasco económico del

megaproyecto.

El desarrollo de un megaproyecto requiere, en primer lugar, plena complicidad entre políticos y empresarios a la hora de promoverlo y de consentir (y ocultar) su fase extractiva, unido a un despotismo político capaz de imponerlo sin discusión sobre las numerosas alternativas de inversión.

En segundo lugar, se requiere urdir y coordinar un entramado de empresas y administraciones que permita a unas extraer ganancias y a otras cargar con las pérdidas. Hay que distinguir, por ejemplo, entre las empresas constructoras de infraestructuras o equipamientos, que hacen el negocio inflando los precios o trabajando en obras sobredimensinadas (de ahí que haya aeropuertos sin aviones, embalses sin agua, autopistas con escaso tráfico, …) y las administraciones o empresas promotoras o concesionarias que las reciben o que las financian y que asumen las pérdidas. O, también, entre los propietarios de los terrenos que realizan enormes plusvalías, tras su reclasificación y venta, y las empresas compradoras o financiadoras, que se acaban haciendo cargo de los parques temáticos, instalaciones o inmuebles que justificaban el megaproyecto, arrastrando pérdidas y bancarrotas.

Dos son los perfiles de negocio de los principales megaproyectos: los apoyados en concesiones para la construcción de infraestructuras o equipamientos, y los de promoción inmobiliaria. La clave del negocio de los megaproyectos constructivos pasa por inflar todo lo posible los presupuestos de obras o equipos suministrados. Y en los de promoción inmobiliaria pasa, sobre todo, por comprar (o disponer de) suelo rústico y conseguir reclasificarlo como urbano, añadiendo con este simple hecho varios ceros a su valor.

Cabe concluir, de lo anteriormente expuesto, que la ideología dominante dificulta la comprensión de las mutaciones que observa el capitalismo, al desplazar su actividad desde la producción de riqueza hacia la adquisición de la misma, con el apoyo del poder y el recurso a los megaproyectos. Hemos visto que la metáfora de la producción oculta la realidad de la extracción y la adquisición de riqueza. Que la idea de mercado soslaya la intervención del poder en el proceso económico. Que el desplazamiento y la concentración del poder hacia el campo económico-empresarial hace que haya empresas capaces de crear dinero, de conseguir privatizaciones, reclasificaciones, concesiones, contratas… y de manipular la opinión, polarizándose así el propio mundo empresarial.

Hay que reconocer que el juego tan masivo de los megaproyectos que se ha practicado en nuestro país, resulta de la refundación oligárquica del poder que se ha practicado tras el franquismo, para dar paso a un neocaciquismo disfrazado de democracia. Hay que reconocer que el juego tan masivo de los megaproyectos que se ha practicado en nuestro país, resulta de la refundación oligárquica del poder que se ha practicado tras el franquismo, para dar paso a un neocaciquismo disfrazado de democracia

"Explicación de la naturaleza perversa de los Megaproyectos"

José Manuel Naredo

2012

"El Centro Acuático como megaproyecto apoyado en concesión para la construcción de una infraestructura para los juegos olímpicos"

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